Todo comenzó en la casa de mi abuela, cuando yo,
Francisca, tenía 12 años. Como todos los años, en verano, mis padres me
mandaban a la casa de mi abuela Chocha, que vivía en el campo. Ahí yo leía, leía
y caminaba entre el trigo al atardecer.
Mi abuela, en ese entonces, era una señora muy mayor. Sus
ojos color café ya estaban desteñidos y su pelo gris le daba un aire de anciana
experimentada en el correr de la vida.
Su casa, estaba al pie de un cerro rodeado de un espeso
bosque. Nadie vivía a menos de 8 km de distancia. Todos decían que mi abuela
era una mujer extraña ya que de su bosque, siempre a la misma hora, se oían
extraños rugidos.
De pequeña lo único que siempre me había picado la
curiosidad, fue unas extrañas cicatrices que mi abuela tenía a lo largo del
cuello. Las cicatrices eran negras, algo inusual. Chocha siempre dijo que fue
en un accidente, nunca dio más detalle.
Una mañana, me desperté por los gritos de un vecino que
había venido a quejarse, diciendo que si no hacía algo con esa bestia del
bosque, él mismo la mataría.
“Bestia”. Esa palabra resonó en mi cabeza durante horas.
Antes de la hora que normalmente era cuando se escuchaban los rugidos, salí de
la casa y me adentré en el trigal para llegar al bosque. No me preocupe de mi
abuela, ya que a esta hora era típico en ella encerrarse en su habitación y
dormir unas cuatro horas.
El sol empezó a esconderse y el matiz dorado del trigo se
fue opacando. Cuando llegué, el bosque estaba inmerso en una profunda oscuridad.
Rápidamente mis ojos se acostumbraron y sentí que mis sentidos se agudizaban.
Empecé a escuchar voces como en un susurro. Vi como el viento agitaba las hojas
de los árboles y arbustos, pero alrededor mío, no se movía nada ni se sentía
nada. “Ja. Estoy agonizando, escucho voces y siento el viento aunque no haya.
No hay duda, me estoy volviendo loca” pensé.
En un momento, las voces pararon. El bosque entero se
calló y yo me quedé quieta. Al cabo de unos minutos, empecé a caminar de nuevo.
De repente mis piernas se cansaron. Decidí recostarme sobre un grueso árbol.
Cerré los ojos y en un instante y me dormí.
Al levantarme, me sentía mucho mejor. Me paré y me di
vuelta para mirar al árbol que me había levantado las energías y me pareció ver
un destello en un agujero. Miré más fijamente y metí la mano. “Estoy loca.
Podría haber cualquier bicho y comerme la mano”. Pero mis pensamientos no me
alteraron. Finalmente toqué algo, una especie de espiral, cálida y del tamaño
de mi mano. Cuando saqué esa cosa del árbol, y me di cuenta de que eran dos.
Dos espirales azules brillosas y tintineantes.
De pronto, una ráfaga de aire me hizo estremecer. Me di
vuelta y ahí estaba el responsable de los rugidos: un dragón de un azul oscuro.
Era enorme. Sus escamas brillaban aunque no hubiera luz. Sus ojos color café
desteñidos por el paso de los años.
“Las encontraste. Encontraste mis alas”. Esa voz hablaba
a través de mi mente. Era una voz que yo conocía muy bien. La voz de la mujer
que me cuidaba todos los veranos: era la abuela Chocha.
-¿A-abuela?- No lo creía posible pero tenía sentido,
todos los días que desaparecía en su habitación era para que yo no pudiera
saber que se iba al bosque a buscar sus alas. Y porque no podía hacer nada para
parar los rugidos del bosque. ¡Ella era el dragón!
“Si cariño yo soy lo que ves. Y ahora necesito lo que
tienes entre las manos”
-Pero ¿Qué son?
“Son alas, cariño. Las cicatrices que tengo son por eso.
Es la condición de nacer dragón.”
-¿Condición de ser dragón?- dije acentuando cada palabra.
No lo entendía. Se me estaban agolpando muchas ideas en
la cabeza. Pero cuando lo pude procesar (percibí mis ojos muy abiertos, llenos
de asombro), las espirales empezaron a vibrar en mis manos. Se empezaron a
elevar y a acercarse a mi abuela’dragón. De un momento al otro, de la espalda
le empezaron a salir alas. Unas alas enormes. Y luego un destello me cegó.
Después no recuerdo más.
Al despertar al día siguiente, Chocha estaba
acariciándome la frente.
-Buenos días, cariño. ¿Quieres desayunar?- dijo y se fue
a la cocina. Al mirarle la espalda, las cicatrices negras habían desaparecido.
Sonreí y me levanté.
-Tenemos mucho de qué hablar.- dijo Chocha mientras
vertía la leche en la jarra para calentarla.
Y así fue como mi gran aventura como dragón comenzó. Me
llamo Francisca y soy un dragón.
Aporte: Emilia Telesca