lunes, 3 de noviembre de 2014

Francisca y el Dragón Autor: Emilia Telesca

 Todo comenzó en la casa de mi abuela, cuando yo, Francisca, tenía 12 años. Como todos los años, en verano, mis padres me mandaban a la casa de mi abuela Chocha, que vivía en el campo. Ahí yo leía, leía y caminaba entre el trigo al atardecer.
 Mi abuela, en ese entonces, era una señora muy mayor. Sus ojos color café ya estaban desteñidos y su pelo gris le daba un aire de anciana experimentada en el correr de la vida.
Su casa, estaba al pie de un cerro rodeado de un espeso bosque. Nadie vivía a menos de 8 km de distancia. Todos decían que mi abuela era una mujer extraña ya que de su bosque, siempre a la misma hora, se oían extraños rugidos.
 De pequeña lo único que siempre me había picado la curiosidad, fue unas extrañas cicatrices que mi abuela tenía a lo largo del cuello. Las cicatrices eran negras, algo inusual. Chocha siempre dijo que fue en un accidente, nunca dio más detalle.
 Una mañana, me desperté por los gritos de un vecino que había venido a quejarse, diciendo que si no hacía algo con esa bestia del bosque, él mismo la mataría.
“Bestia”. Esa palabra resonó en mi cabeza durante horas. Antes de la hora que normalmente era cuando se escuchaban los rugidos, salí de la casa y me adentré en el trigal para llegar al bosque. No me preocupe de mi abuela, ya que a esta hora era típico en ella encerrarse en su habitación y dormir unas cuatro horas.
 El sol empezó a esconderse y el matiz dorado del trigo se fue opacando. Cuando llegué, el bosque estaba inmerso en una profunda oscuridad. Rápidamente mis ojos se acostumbraron y sentí que mis sentidos se agudizaban. Empecé a escuchar voces como en un susurro. Vi como el viento agitaba las hojas de los árboles y arbustos, pero alrededor mío, no se movía nada ni se sentía nada. “Ja. Estoy agonizando, escucho voces y siento el viento aunque no haya. No hay duda, me estoy volviendo loca” pensé.
 En un momento, las voces pararon. El bosque entero se calló y yo me quedé quieta. Al cabo de unos minutos, empecé a caminar de nuevo. De repente mis piernas se cansaron. Decidí recostarme sobre un grueso árbol. Cerré los ojos y en un instante y me dormí.
 Al levantarme, me sentía mucho mejor. Me paré y me di vuelta para mirar al árbol que me había levantado las energías y me pareció ver un destello en un agujero. Miré más fijamente y metí la mano. “Estoy loca. Podría haber cualquier bicho y comerme la mano”. Pero mis pensamientos no me alteraron. Finalmente toqué algo, una especie de espiral, cálida y del tamaño de mi mano. Cuando saqué esa cosa del árbol, y me di cuenta de que eran dos. Dos espirales azules brillosas y tintineantes.
 De pronto, una ráfaga de aire me hizo estremecer. Me di vuelta y ahí estaba el responsable de los rugidos: un dragón de un azul oscuro. Era enorme. Sus escamas brillaban aunque no hubiera luz. Sus ojos color café desteñidos por el paso de los años.
 “Las encontraste. Encontraste mis alas”. Esa voz hablaba a través de mi mente. Era una voz que yo conocía muy bien. La voz de la mujer que me cuidaba todos los veranos: era la abuela Chocha.
 -¿A-abuela?- No lo creía posible pero tenía sentido, todos los días que desaparecía en su habitación era para que yo no pudiera saber que se iba al bosque a buscar sus alas. Y porque no podía hacer nada para parar los rugidos del bosque. ¡Ella era el dragón!           
 “Si cariño yo soy lo que ves. Y ahora necesito lo que tienes entre las manos”
 -Pero ¿Qué son?
 “Son alas, cariño. Las cicatrices que tengo son por eso. Es la condición de nacer dragón.”
 -¿Condición de ser dragón?- dije acentuando cada palabra.
 No lo entendía. Se me estaban agolpando muchas ideas en la cabeza. Pero cuando lo pude procesar (percibí mis ojos muy abiertos, llenos de asombro), las espirales empezaron a vibrar en mis manos. Se empezaron a elevar y a acercarse a mi abuela’dragón. De un momento al otro, de la espalda le empezaron a salir alas. Unas alas enormes. Y luego un destello me cegó. Después no recuerdo más.
 Al despertar al día siguiente, Chocha estaba acariciándome la frente.
 -Buenos días, cariño. ¿Quieres desayunar?- dijo y se fue a la cocina. Al mirarle la espalda, las cicatrices negras habían desaparecido. Sonreí y me levanté.
 -Tenemos mucho de qué hablar.- dijo Chocha mientras vertía la leche en la jarra para calentarla.

 Y así fue como mi gran aventura como dragón comenzó. Me llamo Francisca y soy un dragón.    

Aporte: Emilia Telesca